perdona que al hacer el amor
pienses en mil muertos,
perdona a la noche
que me convierte en bestia.
Perdona que mi piel sea tan fría
como la memoria de una serpiente.
Perdona las ramas de mis brazos y piernas
y las alimañas que pululan en sus hojas.
Perdona las obscenas carcajadas
de mi intestino grueso
y el disimulado sarcasmo de mi páncreas.
Perdona la desolación de mis huesos funerarios
y de mi ombligo enfermo de pasión,
perdona el fondo de los océanos,
el más impoluto de los sepulcros
que preserva las estrellas caídas.
Perdona el turno que ultraja la noche.
Y perdónalos a ellos,
porque no saben que te amo.
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